Después de varios meses sin actualizar vuelvo para hablaros de improvisación. Hace algún tiempo hice una reseña/crítica sobre un concierto de la Insostenible Big Band, grupo de estudiantes de conservatorio de Málaga, que se publicó en Málaga Hoy. El caso es que, tiempo después, coincidí con un miembro de la banda al que le comenté que me llamó la atención el estilo personal de uno de sus compañeros de instrumento, que no era de los que más apariciones tuvo, a lo que me replicó: “¡pero si no sabe lo que hace cuando improvisa!”. No sé los motivos que tendría para hacer aquel comentario, impulsado por el desagrado que le produjo mi elogio, pero me llamó mucho la atención y me invitó a la reflexión. Quizá sólo fuera una envidia personal, pero creo que se trata de una visión que puede estar asentada en una gran proporción de músicos con sólida formación académica.
¿Por qué me llamó la atención el estilo de aquel chico? La Insostenible big band es un grupo muy bien montado con chavales que se están familiarizando con un estilo de swing clásico tipo años 30-40-50: Salt Peanuts, Oh When the Saints… Y, por supuesto, cada uno de los solos es de manual. Esto no tiene por qué ser malo en un contexto de aprendizaje, pero personalmente valoro un estilo personal, original, al final es lo que marca la diferencia en un músico, y mucho más si es de jazz.
Aquel chico no era un virtuoso, simplemente era un saxofonista que tenía en cuenta los silencios y usaba recursos expresivos más allá del sonido New Orleans. No es que rompiera con los estándares de la armonía jazz; vamos, que no era Evan Parker tocando con Duke Ellington; solo era un chaval que tenía un estilo más personal y por momentos se salió de los clichés. Supongo que esta reflexión me la despertó Anthony Braxton tocando estándares: pasando de Charlie Parker a Lee Konitz o a Ornette Coleman con una facilidad pasmosa y casi sin darme cuenta mientras toca “Desafinado”; pero ni de lejos estoy hablando de algo tan extremo.
¿A dónde quiero llegar? No es la primera vez que escucho cierto desprecio hacia la incorrección de ciertos dogmas formales, armónicos y estéticos preestablecidos. Normalmente una formación musical académica proporciona una calidad interpretativa y técnica generalmente alta, conseguida a través de un estricto y rígido programa de aprendizaje. Pero suele surgir un problema: se tiende a dogmatizar la concepción de una manera determinada de interpretar y crear música. Así que ante cualquier acto creativo que se salga de lo previamente establecido es fácil entender eso de: “no sabe lo que hace”. Estos días ando releyendo el magnífico libro “La improvisación”, escrito por el gran guitarrista e improvisador Derek Bailey y precisamente hace un apunte muy interesante relacionado con la estandarización creativa en el jazz y, en consecuencia, de la improvisación:
Coger la música de, por ejemplo, Jack Teagarden o Albert Ayler y sacar un “método” de ahí es algo difícil de imaginar. Por el contrario, el be-bop es una maravilla para el pedagogo, ya que se ha demostrado que es un estilo de improvisación que puede enseñarse con facilidad. (…) El resultado de ello quizá sea el primer enfoque estandarizado de la enseñanza de la improvisación. Las cuestiones técnicas del estilo están por todas partes, pero de la inquietud, el temperamento aventurero y la sed de cambio, que fueron las principales características del jazz de aquella época, no queda ni rastro.
Este caso no es de estilo be-bop, pero creo que es perfectamente extrapolable. Otra cita muy interesante la hace Steve Lacy en una de las entrevistas que componen el libro, en relación con lo que supone precisamente saber o no, conocer o no lo que uno toca:
(Improvisar) es algo que tiene que ver con estar en el filo, con estar siempre al borde de lo desconocido, preparado para internarse ahí. Cuando lo haces, llevas contigo todos los años de estudio y preparación, tu sensibilidad, tu experiencia, pero de todos modos es internarse en lo desconocido. Yo le doy más valor a eso que a lo que uno puede prepararse, (…) en realidad lo que me interesa es esto nuevo, y creo que esa es la esencia del jazz.
Obviamente esta es la visión de un icono del jazz libre, totalmente opuesto al estilo revisionista que domina el panorama jazzístico desde los años 80, y esto de por sí supone un choque. Pero lo que me llamó la atención de aquella conversación con el músico de la Big Band no es que estuviera o no de acuerdo con la forma de tocar de su compañero, sino el desprecio hacia su estilo personal. Y no había nada de estridente ni, mucho menos, de tomadura de pelo en los segundos que estuvo tocando aquel joven saxofonista, simplemente era alguien que sonaba diferente, y probablemente no lo había aprendido en ningún manual…
¡Buen artículo Jose!. El tema de la improvisación siempre es algo espinoso.
Gracias Fran! Pues sí que lo es. De hecho, la corriente dominante es la opuesta a la que a mí me interesa, así que aporto mi granito de arena espinando más el asunto
Brillante reflexión. A mi me encanta la improvisación aunque para algunos sea la parte «mirla» del tema. Ánimo con musicofono
Gracias Paquer!
¡Hola José! Muy interesante todo el proceso de reflexión de este texto. Estoy de acuerdo contigo en bastantes aspectos, sobre todo en lo relativo a los procesos de canonización y de estandarización del lenguaje (algo que yo también trabajo en mi tesis sobre el rock progresivo). En cierto modo, y en un ámbito distinto, simpre me ha llamado la atención la tenue frontera sonora entre la rigidez formal del post-serialismo y la libertad de la aleatoriedad. Es como para pensarlo ¿No crees? Volviendo al terreno de la improvisación, siempre me ha gustado mucho la mentalidad de Joe Zawinul, y la direccionalidad del primer Weather Report, donde se ponía en práctica con naturalidad aquello de «Nadie hace solos. Todos hacemos solos» 😉
¡Hola Edu! ¡Me alegro de leerte por aquí! Esa tenue frontera sonora serialismo-aleatoriedad a mí también me llama la atención, es curioso cómo dos concepciones tan opuestas pueden en ocasiones ser muy complicadas de diferenciar. No es infrecuente que los extremos se toquen.
No conocía esa cita de Zawinul, pero creo que comprendo muy bien lo que quiere decir, describe muy bien la frescura y lo compacto del sonido de aquellos Weather Report 🙂
No me sorprende el comentario destructivo de ese musico de «La insostenible». La envidia irracional y destructiva, el chismorreo irresponsable que bordea el acoso moral, laboral, o mas directamente el «mobbing» son una triste realidad en nuestra sociedad, y en el mundillo de la musica son la peor plaga que puede existir. Los que practican tales actividades criminales (lo son porque en el fondo buscan la destruccion del acosado) son personas mediocres, cobardes cuyo mayor «mérito» es la capacidad para organizar el aislamiento social del envidiado, que a su vez suele ser alguien con talento, brillante y original.Es corriente ver como personas (musicos) frustrados por la conciencia de su propia incapacidad, encuentran alivio intentando hacer sentir a los musicos con verdadero talento la misma frustracion y ansiedad que ellos sufren continuamente.Parece evidente que estamos hablando de verdaderos psicopatas capaces de destrozarle la vida a alguien solo por tener talento,por tanto es de justicia desenmascar a estos indeseables por lo menos delante de ellos mismos…y a veces de los demas.Cuando tengo la desgracia de escuchar alguno de estos mentirosos manipuladores y psicopatas destrozar la reputacion de algun compañero, no tengo reparos en hacerselo saber, y si puede ser en publico.
Estoy seguro de que ese comentario te lo hizo en privado,¿verdad?Son listos para eso,pero es el unico talento que tienen:destruir.Contra el talento de Mister Ripley…exposicion publica, grabacion con movil, youtube, etc,que los vean como son, como monstruos.