Inicio mi participación en este blog escribiendo sobre un disco que me sorprendió como pocos la primera vez que lo escuché. Se trata de Harmos, de la London Jazz Composers Orchestra y compuesto por el contrabajista Barry Guy. Estamos ante una obra muy compleja, interpretada por esta Big Band de free jazz, pero que estructural y armónicamente se aleja de los arquetipos del free jazz (aunque suene paradójico hablar de free jazz y arquetipos). Se trata de un álbum concebido como una gran pieza de 44 minutos con gran papel de la composición y estructura, además de la improvisación libre, obviamente.
¿Por qué he elegido esta obra para iniciar el blog? Pues primero, y lo más importante, porque se trata de una pieza que me conmueve, me encanta; segundo, porque trata perfectamente el tema de este blog: música sorprendente, que rompe los límites, que es difícil de catalogar, que parece jazz, y también académica contemporánea, y puede ser ambos estilos y ninguno. Es de esas obras vaciarían auditorios en ciertos festivales de jazz y serían un aliciente interesantísimo en ciclos de contemporánea, es de las que nos recuerdan que nos movemos con taxonomías anticuadas. Y la tercera razón es que este álbum supone un punto de inflexión en la obra de la LJCO. El principal aspecto es la aparición del componente melódico, que mediante un tema (una auténtica preciosidad) que sirve de eje sobre el que se desarrolla la pieza se diferencia de la deliberada ausencia melódica de otras obras de esta orquesta y prácticamente todas las afines a este tipo de música. De su tratamiento melódico escribe el propio Barry Guy en el libreto sobre la pregunta que le hicieron: ¿la presencia de una melodía no supone un retroceso? A lo que el autor responde con otra cuestión ¿acaso la ausencia de melodía implica necesariamente un progreso? Aunque a alguno le pueda parecer una estupidez esta reflexión, no deja de mostrar claramente cómo el axioma “atonal-atemático-complejo = progreso”, “tonal-temático-simple = retroceso” se impuso durante décadas en los ambientes “cultos” de la música, tanto en la académica como en el jazz.
Pierre Boulez ejemplificó muy ilustrativamente este pensamiento con su célebre “merde!” al final del estreno de la 3ª sinfonía de Gorecki. La radicalización estética que se dio a partir del serialismo llevó a que cualquier concesión melódica fuera demonizada como hacían los nazis con la “música decadente”. En el free-jazz empezó a ocurrir algo similar cuando empezaron a identificarlo con algo propio de la raza negra, como un medio de liberación cultural más allá de la propia música. A partir de ahí algunos vieron que las melodías podían ser una concesión al gusto de los blancos. Más tarde fueron muchos blancos, de hecho, los que tomaron el relevo como principales figuras del free jazz. Tanto la tradición afroamericana como la europea calaron en la estética del jazz libre tanto en Estados Unidos en un principio como en Europa más tarde. En el viejo continente se unió, además, el gusto por la improvisación libre sin intención de estrechar necesariamente lazos con el jazz.
En este contexto, la lejanía del músico con el público se ha hecho obvia, a lo que se suma la aparición de pseudo músicos infiltrados que han aprovechado la coyuntura para entrar en el circuito. Al no tener que demostrar su valía musical, lo escondían todo tras ruidismos y pseudo experimentos en los que todo valía excepto la apreciación de una línea melódica o un solo acorde consonante. Quizá se llegó a dar la sensación de que cuanto más infumable era una obra, mejor consideración podría tener (que no creo que haya llegado a ser así nunca, pero en ocasiones no ha andado lejos). De hecho, estas circunstancias devaluaron la consideración de este tipo de música para un público potencial. Pero aparte de estos excesos, también podemos encontrar músicos de un nivel enorme, que trascienden los límites estilísticos y son capaces de hacer algo difícil de clasificar, asentando así los estándares de la posmodernidad e incluso yendo más allá, de crear una música maravillosa, expresiva, compleja pero también emotiva. Si alguien quiere saber más sobre este disco le recomiendo que lea la reseña de Francisco Macías.
Desgraciadamente no he podido encontrar la obra completa, así que quí dejo un video con algunos “highlights” de una maravillosa interpretación en directo de “Harmos”.
¡Qué ganas de escucharlo! Mañana me pongo a ello. Un abrazo y gracias.
Impresionante Jose. Es un placer leer tranquilamente lo que hemos hablado en persona tantas veces. «Harmos» es una obra magna, que está más allá de cualquier estilo en el que queramos encuadrarlo.